
La inmundicia de la calle me rodeaba en aquel oscuro callejón, junto a un agrio hedor que se había encadenado a mi piel cómo una asquerosa garrapata, producido por el abandono corporal y el aislamiento. Tendida en el suelo, y con una aguja colgando de mi brazo, esperé el momento en que el exceso de drogas que recorría mi cuerpo consiguiera parar al fin mi cansado corazón. Observé, entre las sombras, el gentío...