Las mujeres panteras
Pero en vez de ello, los hombres comenzaron a tocar los bombos con un ritmo pegadizo, mientras alzaban un canto al bosque amazónico. Las mujeres movieron con más sinuosidad sus caderas y brazos, al son de la música. Saltaban y reían entre ellas, mientras yo miraba perplejo la escena. ¿Qué estaba pasando?
Una de ellas, se acercó a mí y me acarició la mandíbula, las mejillas, sin dejar de mirarme con aquellos ojos amarillos tan seductores y a la vez temibles. Su cabellera azabache volaba al viento, como una pequeña sombra que se cernía sobre el cielo. Tenía una tez ligeramente más oscura que las demás, dotándola de un cierto misterio. Se pasó la lengua por sus labios carnosos y me sonrió. A pesar del temor que sentía, no pude evitar excitarme ante aquel gesto. Entonces, sin previo aviso, juntó sus labios con los míos. Pasó su lengua entre mis labios y pegó su cuerpo contra el mío. Me agarré al tótem con las manos, sorprendido. ¿¿Qué hacía?? Las otras mujeres vitorearon y saltaron a nuestro alrededor, eufóricas. Seguidamente, la mujer morena que me había besado se unió a ellas. El ritmo de los bombos aumentó y entonces, las nativas se separaron del tótem y convergieron de nuevo en un pequeño grupo frente a mí, el desconocido. La primera de ellas, la mujer morena, imitó el fuerte rugido de un animal, produciendo eco en los bosques de la selva. Y entonces, todas al unísono, rugieron con vigor, imitando el mismo sonido que había echo la primera. Intimidaban con tan solo mirarlas, y aquella escena terminó por convencerme más de ello. No osé moverme en ningún momento. Los hombres pararon de tocar el bombo, y como las mujeres, esperaron. ¿A qué esperaban?
Me concentré en el sonido de los pájaros que habitaban por allí cerca, cuando escuché un crujido en la espesura del bosque, detrás de las fieras mujeres. Varios ojos amarillos iluminaron las sombras que proyectaba el bosque, y detrás de ellos, aparecieron un gran grupo de panteras, enseñando los colmillos y gruñendo. Caminaban con paso firme y con la vista clavada en mí, como las nativas. Me agarré con más fuerza al tótem, aterrorizado. Jamás había visto a esos animales tan de cerca. ¿Panteras en el Amazonas? ¿Cómo es posible? Las grandes felinas se posaron junto a las mujeres y ronronearon a sus pies. Completaban una escena amenazante, temible en todos los sentidos. Aquellas esbeltas y fieras mujeres, junto a sus grandes mininas que me miraban desafiantes. Estaba claro, yo no iba a pasar de aquel día. Mi sentencia había llegado. Lo supe en cuanto vi a todos aquellos ojos amarillos acusadores. Nadie escapa de la mirada de una pantera. Y menos el encargado de destruir sus dominios.
Una de ellas, se acercó a mí y me acarició la mandíbula, las mejillas, sin dejar de mirarme con aquellos ojos amarillos tan seductores y a la vez temibles. Su cabellera azabache volaba al viento, como una pequeña sombra que se cernía sobre el cielo. Tenía una tez ligeramente más oscura que las demás, dotándola de un cierto misterio. Se pasó la lengua por sus labios carnosos y me sonrió. A pesar del temor que sentía, no pude evitar excitarme ante aquel gesto. Entonces, sin previo aviso, juntó sus labios con los míos. Pasó su lengua entre mis labios y pegó su cuerpo contra el mío. Me agarré al tótem con las manos, sorprendido. ¿¿Qué hacía?? Las otras mujeres vitorearon y saltaron a nuestro alrededor, eufóricas. Seguidamente, la mujer morena que me había besado se unió a ellas. El ritmo de los bombos aumentó y entonces, las nativas se separaron del tótem y convergieron de nuevo en un pequeño grupo frente a mí, el desconocido. La primera de ellas, la mujer morena, imitó el fuerte rugido de un animal, produciendo eco en los bosques de la selva. Y entonces, todas al unísono, rugieron con vigor, imitando el mismo sonido que había echo la primera. Intimidaban con tan solo mirarlas, y aquella escena terminó por convencerme más de ello. No osé moverme en ningún momento. Los hombres pararon de tocar el bombo, y como las mujeres, esperaron. ¿A qué esperaban?
Me concentré en el sonido de los pájaros que habitaban por allí cerca, cuando escuché un crujido en la espesura del bosque, detrás de las fieras mujeres. Varios ojos amarillos iluminaron las sombras que proyectaba el bosque, y detrás de ellos, aparecieron un gran grupo de panteras, enseñando los colmillos y gruñendo. Caminaban con paso firme y con la vista clavada en mí, como las nativas. Me agarré con más fuerza al tótem, aterrorizado. Jamás había visto a esos animales tan de cerca. ¿Panteras en el Amazonas? ¿Cómo es posible? Las grandes felinas se posaron junto a las mujeres y ronronearon a sus pies. Completaban una escena amenazante, temible en todos los sentidos. Aquellas esbeltas y fieras mujeres, junto a sus grandes mininas que me miraban desafiantes. Estaba claro, yo no iba a pasar de aquel día. Mi sentencia había llegado. Lo supe en cuanto vi a todos aquellos ojos amarillos acusadores. Nadie escapa de la mirada de una pantera. Y menos el encargado de destruir sus dominios.
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