-Ella sentía que volaba cada vez que él venía a limpiar su jaula.-Nayra Alemán.
Y el relato escrito por mi, espero que os guste:
Sentada sobre mi pequeño columpio, observaba entre las rejas alguna especie de movimiento. Los rayos de sol iluminaban mi jaula, creando una agradable sensación de calidez. Débiles ráfagas de viento movían mis plumas y me provocaba un cierto cosquilleo, sin llegar a ser molesto. Recorrían mi cuerpo sin pudor, haciéndome sentir libre, con ganas de alzar el vuelo.
El silencio era eterno, hasta que escuché pasos que cada vez se volvían más sonoros. Me levanté del columpio y me posé de cuclillas sobre él. Un hombre apareció en el salón y me miró, sonriente. Sonreí como una cría y me balanceé con fuerza, eufórica por lo que iba a pasar a continuación. El rostro de aquel hombre siempre me había alegrado, y no era motivo de menos: era el único que me dejaba volar en libertad. Me saludó y abrió la puerta de la jaula, invitándome a salir. Sin pensármelo dos veces, salí por la puertecilla como una exhalación. Mis músculos protestaron, al estar tanto tiempo sin ejercitarse, pero eso no me importó. Batí mis alas con fuerza y salí por la ventana de la casa, dejando que el sol iluminase mis alas extendidas. El aire fresco me elevaba y me hacía descender, revoloteaba junto a las flores del jardín y de vez en cuando miraba a mi cuidador, que limpiaba mi jaula con la manguera. El día era perfecto. Me posé en su hombro y le canté al oído. Me había enamorado de aquel hombre, con el tiempo.
Sentada sobre mi pequeño columpio, observaba entre las rejas alguna especie de movimiento. Los rayos de sol iluminaban mi jaula, creando una agradable sensación de calidez. Débiles ráfagas de viento movían mis plumas y me provocaba un cierto cosquilleo, sin llegar a ser molesto. Recorrían mi cuerpo sin pudor, haciéndome sentir libre, con ganas de alzar el vuelo.
El silencio era eterno, hasta que escuché pasos que cada vez se volvían más sonoros. Me levanté del columpio y me posé de cuclillas sobre él. Un hombre apareció en el salón y me miró, sonriente. Sonreí como una cría y me balanceé con fuerza, eufórica por lo que iba a pasar a continuación. El rostro de aquel hombre siempre me había alegrado, y no era motivo de menos: era el único que me dejaba volar en libertad. Me saludó y abrió la puerta de la jaula, invitándome a salir. Sin pensármelo dos veces, salí por la puertecilla como una exhalación. Mis músculos protestaron, al estar tanto tiempo sin ejercitarse, pero eso no me importó. Batí mis alas con fuerza y salí por la ventana de la casa, dejando que el sol iluminase mis alas extendidas. El aire fresco me elevaba y me hacía descender, revoloteaba junto a las flores del jardín y de vez en cuando miraba a mi cuidador, que limpiaba mi jaula con la manguera. El día era perfecto. Me posé en su hombro y le canté al oído. Me había enamorado de aquel hombre, con el tiempo.
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