domingo, 27 de abril de 2014

Relato de Microcuento III

Hace nada he colgado el microcuento de Caperucita (como me gusta este personaje... ¿se nota no?) Este es:
"-El lobo será siempre el malo del cuento, si nada más escuchamos a Caperucita."



Y a continuación, un relato bastante más largo que los demás. Pero aún asi, muy interesante... La verdadera historia de Caperucita y nuestro lobo feroz:

La chica del vestido rojo salió de la sala de interrogatorios y vió a su “secuestrador”, sentado en una silla con grandes esposas apresándole las patas delanteras.

-Tu turno-le dijo ella, mientras pasaba frente a la bestia sin tan siquiera mirarle, con paso rápido.

El lobo se levantó y se adentró en la sala de paredes metálicas, donde en el centro solo había una mesa y dos sillas, a juego con las paredes. En una de ellas estaba sentado un hombre de aspecto fiero y controlador, que le miraba fijamente. Se sentó en la silla que quedaba libre y puso las manos encima de la mesa, mientras el sheriff colocaba un pequeño micrófono delante de él.

-Bien…Veamos…-ojeó un puñado de papeles que tenía frente a él, con información (incluso privada) del sujeto que tenía delante- ¿sabe de que se le acusa, verdad?-preguntó, levantando la cabeza hacia el lobo.
-Si, aunque todo es una farsa-respondió él, encarándose hacia el sheriff.
-¿Una farsa? Es usted un criminal.
-No crea usted las palabras de esa mujercita, sheriff Carson-dijo, trasladando la conversación a otro terreno. El terreno de la verdad.
-La señorita Roja nos ha explicado que usted la secuestró, sin venir a cuento. ¿Qué tenía pensado hacer con ella?

Comienza el interrogatorio-pensó el lobo, fastidiado.

-Yo no la secuestré –se recostó en el respaldo de la silla-, ella vino a mi casa.
-¿Cómo?-preguntó el sheriff, extrañado.
-Lo que escucha, Carson. Vino a exigirme… Que no volviese a verla.

El asombro y la estupefacción eran mayores para el hombre.

-¿Verla? ¿Se habían visto antes?-preguntó él, intentando cuadrar algo en su cabeza.
-Si. Varias veces…-el lobo apretó el entrecejo, como si hubiera recordado algo doloroso para él- pero aquella tarde vino para deshacerse de mí. Quise hablar con ella, pero no quería escucharme. Salió de mi casa y se fue corriendo.
-¿Qué hiciste entonces?

El lobo hundió la cabeza.

-La perseguí por el bosque. Algunos leñadores me vieron, por ello, seguramente, pensaron que la estaba secuestrando. Después la llevé el volandas hasta mi casa de nuevo, y la encerré conmigo dentro.

El sheriff asentía a cada palabra que salía de la grandiosa boca del lobo, mientras seguía ojeando el montón de papeles.

-¿Y los gritos que escucharon los pueblerinos?-le preguntó, alzando una hoja de papel.
-Estaba cabreada. Esa mujercita grita mucho-respondió el lobo, sonriendo.
-¿Discutisteis?
-Si, y mucho. Hasta que nos interrumpió el sonido de los coches de la policía, que vinieron avisados por los vecinos.
-Entiendo…-el sheriff apuntó algo en el mismo papel- entonces, todo esto solo fue debido a…-miró al lobo.
-Había otro, sheriff Carson. Ella se había ido con otro.

El lobo hundió de nuevo la cabeza, abatido. Se sentía humillado, frustrado, deprimido… El sheriff apagó el micrófono y se apoyó en el respaldo de la mesa, sin decir nada.
Esa era la verdadera historia de Caperucita y el lobo. Un amor roto y muchas equivocaciones.


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