-Hmmm… Me encanta escucharte, preciosa. Grita más alto para mí-me rogó, mirándome con una sonrisa lasciva.
Su mano dejó de mimarme y descendió hasta mi núcleo del placer. Lo acarició levemente e introdujo un dedo. Gemí de nuevo, esta vez más fuerte, deseando que aquello no acabara nunca. Movió los dedos lentamente entre mis paredes y mordió mi pezón, y por un momento pensé que podría llegar a perder la cabeza. Me iba a volver loca. Jadeé y alcé mis caderas un poco, sin saber realmente que estaba haciendo, tan solo buscando aquello que deseaba.
-Vaya, vaya, Caperucita… ¿Qué quieres esto?-me preguntó, hundiendo su dedo en mí, todavía más profundo.
-S-sí…-dije entre gemidos.
Gruñó y volvió a succionar mi pezón, mientras movía su dedo dentro de mí. Yo jadeaba como si no hubiera un mañana, incapaz de articular ninguna palabra. Tiraba la cabeza hacia atrás y me perdía en aquel mar de sensaciones. Era demasiado. El licántropo rugió y me levantó como si fuera una pluma, quedándome a horcajadas sobre él sentado, apoyado en el tronco del sauce que teníamos como espectador.
Le miré extrañada por este cambio.
-No soy inmune a tus gemidos, pequeña-me explica, mirándome con deseo. Su pecho ardía y respiraba con irregularidad- No aguanto un segundo más sin sentirte.
Abrí los ojos como platos, impresionada ante esa revelación tan sincera. Con sus manos me acarició la espalda, mientras nos besábamos con pasión, y las posó en mis caderas. Me restregué contra él, indicándole lo que quería. Soltó un suspiro y se mordió el labio. En un abrir y cerrar de ojos hizo de su pantalón tiras de tejido esparcido a nuestro alrededor, dejando al descubierto una imponente erección. No pude evitar asombrarme ante la grandeza de su miembro. Hasta sentía cierto temor hacia ello. Lo miré hipnotizada, rozando con la punta mi entrada mojada y preparada.
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