Siento comunicar, muy a mi pesar, que esta es la ultima entrada de nuestra Caperucita, el final de este pequeño relato tan "sexi". Pero me a encantado compartirlo, y espero hacer más dentro de poco. Quien sabe... Tal vez venga con fuerza Alicia y su Sombrerero loco ;) Pero eso ya lo pensaré. Y ahora disfrutad del final de esta "bonita historia"::
Tiré la cabeza hacia atrás y él aprovecho para besarme el cuello y descender hasta quedarse a la altura de mis pechos. Con las dos manos los masajeó y mientras lo hacía, descendí para acogerle dentro de mí. Siseó al entrar y colocó sus manos en mis caderas. Abrió la boca y un pequeño gemido se escapó entre sus labios.
-Joder…-dijo entre suspiros.
Con las dos manos en mis caderas, me ayudó a moverme de arriba abajo. Un torrente de calor me invadía todo el cuerpo y me pegué a su pecho.
-Agárrate a mí- me pidió.
Rodeé su cuello con mis manos, obediente. Agarró mi culo con las dos manos y lo movió con rapidez. Clavé mis uñas en su pecho y jadeé a cada embestida que se clavaba más profunda en mi interior. La cabeza me daba mil vueltas y todo mi cuerpo había entrado en combustión. Sentí mis músculos interiores tensarse y el licántropo sonrió. Se movió más deprisa-más de lo que jamás pensé que podría llegar a moverse una persona- y me separé de su pecho. Lo agarré de los hombros y me preparé para la gran explosión.
-Dámelo, pequeña –me incitó.
Aquellas dos últimas palabras fueron mi perdición. Grité con fuerza en la última embestida y sentí como todo el calor de mi cuerpo se escapaba con los fluidos del éxtasis. Mientras yo era presa del delirio del placer, el licántropo se abrazó a mí y me embistió varias veces más, hasta que él también alcanzó el clímax, con un rotundo rugido.
Varios minutos después, el sueño comenzó a vencernos. Nos tumbamos y nos abrazamos, hasta que nos sumimos en una profunda somnolencia.
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Las débiles ráfagas de viento acariciaban mi cuerpo desnudo, tendida en el suelo, sola. Me incorporé rápidamente y miré a los alrededores, buscando al que antes había estado abrazándome, acariciándome y me había llevado al “cielo”. Pero ya no estaba. Solo yo y mi vestido echo jirones. Solo el silencio del bosque me cubría, intentado darme calor vanamente. Un calor que se había llevado el lobo.
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