¡Buenas noches a tod@s!
Esta noche os traigo un nuevo microcuento, del cual su autor es mi querido 'hermanito pequeño' Darío, tambien conocido cómo Elefun Stein. Los dos, a partir de ese microcuento, hemos creado dos relatos distintos, viendo que de unas pocas líneas cómo son los microcuentos, pueden salir grandes historias. Él también ha hecho una entrada conjunta, en su blog El elefante durmiente, por si queréis echar un vistazo ;) ¡Pues bien, sin más demora, os presento el microcuento y nuestros respectivos relatos!
Microcuento
Siempre había estado solo. Por fin, al final, alguien le guiñó un ojo. El francotirador.
Relatos
Mi relato:
Las grandes calles de París, agolpadas de gente enfrascada en sus quehaceres nocturnos, sus paseos para digerir la cena y sus verbenas en bares y tabernas no eran un lugar propio para él. O así lo sentía. Sentado en lo alto de un campanario, observó con detenimiento una risueña familia, contemplando con admiración los escaparates de las tiendas. Unos pequeños niños alardeaban y repiqueteaban con sus deditos las vitrinas, mirando a sus padres y pidiéndoles sus regalos de navidad, mientras estos paseaban abrazados y vigilando a sus pequeños. Sintió un pinchazo en el corazón, que hizo encoger su cuerpo. Él quería aquello. Lo ansiaba. Una mujer con la que pasear por sus calles favoritas, unos cachorros que cuidar y proteger. Pero estaba solo. Siempre lo había estado. Se sentó en el borde del ventanal, y se encendió un cigarro. Se lo llevó a los labios e inspiró con ansia, deseando que aquel vicio se llevase sus tormentos. Maldijo su pasado, sus actos de delincuencia que lo llevaron a la cárcel, y maldijo su presente, por haber huido de ella. Era uno de los asesinos más buscados por el país, un criminal sanguinario y letal que había acabado con el jefe de una importante mafia, él solo. Todos lo buscaban, excepto la persona que él quería que lo encontrase. Esa persona que le llevaría a la felicidad y a una vida estable y sin sobresaltos. Con la que se enamoraría y tendría dos hijas y un precioso niño, un futuro en el que moriría de viejo y un legado que dejaría. Pero esta no llegaba. Dio otra calada a su cigarro y soltó lentamente el aire. Y entonces lo vio. Un punto esmeralda que se reflejaba en su pecho y danzaba sobre sus ropas, apuntando justo en el corazón. Sonrió. Alzó la mano y saludó al francotirador oculto que lo apuntaba des de el edificio de enfrente.
-Nos volvemos a encontrar, viejo amigo-susurró, con voz ronca.
Des de su huida, él había sido el único capaz de encontrarlo, donde ningún ejército de mil hombres lo había conseguido. Habían acabado simpatizando, entre persecución y combates. El francotirador era el único que había logrado estar a su nivel. Dio una última calada a su cigarro y tiró los restos campanario abajo.
-Qué irónico-se dijo a sí mismo-, que seas tú el que me guiñe un ojo, amigo mío.
Había venido a por él, pero para arrebatarle toda esperanza de encontrar la felicidad. Con una sonrisa en el rostro, escuchó el último sonido que oiría en aquella vida: El disparo certero de su gran amigo.
-Qué irónico-se dijo a sí mismo-, que seas tú el que me guiñe un ojo, amigo mío.
Había venido a por él, pero para arrebatarle toda esperanza de encontrar la felicidad. Con una sonrisa en el rostro, escuchó el último sonido que oiría en aquella vida: El disparo certero de su gran amigo.
Relato de Darío:
El presidente se levantó de su silla. Recordó cómo su madre le decía siempre “Pon la espalda recta” y sonrió. La primera vez que se había sentado en aquella silla tenía veinticinco años. Su secretaria había mandado cambiar la del anterior gobernante por una más cómoda, debido a los problemas de espalda del Líder, y allí seguía, una butaca roja como la sangre y cómoda como un lecho de espinas. No por la silla, sino por lo que significaba sentarse en ella. Desde ahí, tenía unas espectaculares vistas de la ciudad, que a aquellas horas bullía de vida. De fondo, escuchaba a los Rolling con su Let it Bleed, su disco favorito de la banda. Pensó que seguro que cualquier hombre estaría feliz en su lugar. Ocupaba uno de los puestos más importantes del mundo, con una esposa bellísima, dos hijos y una hija preciosa, multitud de amistades en los selectos círculos de la clase alta georgiana y millones de personas que lo elegían cada cuatro años y medio como jefe del gobierno. Todo el mundo sabía que si perdía las elecciones su partido iba a tomar el poder por la fuerza, pero se seguían celebrando comicios para aparentar una democracia como la que había venido desde Washington en su día.
Y aun a pesar de todo aquello, se sentía solo. No tenía amigos de verdad, solo ministros y asesores que le rodeaban como buitres, como parásitos que le sacaban la energía. Su mujer estaba con él por su posición y su riqueza, no por amor, y él con ella por su físico. Se trataban cordialmente, pero no dejaba de ser una relación de interés. Sus hijos no le hacían caso, aunque pasaba demasiado poco tiempo en casa como para darles ninguna atención. Todos los días, empresarios, sacerdotes y militares iban a verle y lo extorsionaban hasta el punto de conseguir que cumpliese sus deseos, amenazando a sus seres queridos o con agresiones físicas. En definitiva, el presidente se sentía solo, solo en medio de Atlanta, la ciudad más grande de toda América después de la Guerra Civil. Veía a miles de personas diariamente, y seguía solo. Pero había sido siempre así, o al menos que él recordase. De niño, los matones del patio eran tan malos como ahora los extorsionistas que ahora recibía a diario.
Y entonces lo vio. Su única esperanza, su salvación. Se asomó al balcón, miró al edificio de enfrente y saludó a la figura vestida de negro que estaba apostada en su azotea. Al presidente le parecía una buena muerte. Vestido con su mejor traje, en una terraza con un maravilloso panorama, con buena música y bien cerca de los desgraciados que llevaban tras él desde los albores de su carrera. Sonrió de nuevo. Y vio el punto rojo en su pecho, lo vio subir hasta que estuvo entre sus ojos. Pensó que le daría las gracias al francotirador en el infierno. Y luego no pensó más, mientras el sonido de un disparo resonaba en las indiferentes calles de Atlanta.
¿Qué os han parecido?
¡Espero que os hayan gustado!
¡Buenas noches!
Dale caña, baaka!! Jajajaja
ResponderEliminarUn beso de tu hermanito!
Sencillamente espectaculares, lo dos. Cada uno teneis un estilo diferente, pero os conjuntais a la perfección.
ResponderEliminarAhora mismo me paso por su blog y le felicito jejeje
Un besoo
Lena