lunes, 22 de diciembre de 2014

Relato del microcuento XIV

¡Buenos días a tod@s!

Ya estoy de nuevo aquí, ¡¡y con el relato del catorceavo microcuento!! (Bieeeeen) Siento haberme retrasado con la publicación, pero es que me pongo a escribir y a escribir... ¡Y claro! Se te pasan las horas volando^^ Bueno, pues aquí os dejo el relato, y el microcuento: 


El bosque era enorme. Unos pinos altísimos y grises. De lejos vi a la niña que perseguía a un lobo aterrado. Lo juro

Alejandro Rossi.



RELATO


Como cada tarde de viernes, salí a dar un paseo por el bosque. Jamás encontré monótona esa costumbre, pues siempre acababa viendo algo nuevo en él que se me había pasado el viernes anterior. Un riachuelo, un nido de pájaros o un camino escondido entre la maleza eran algunos de los descubrimientos recientes que había hecho. Era entretenido y disfrutaba paseando por aquella gran arboleda, repleta de olores y colores que hacían volar mi imaginación. Pero aquella tarde, hice el mayor descubrimiento que podría haber soñado. Un hallazgo, que dejaba en paños menores al famoso cuento de Caperucita Roja. 
Aquella tarde, decidí arriesgarme y me adentré por un camino distinto al convencional, que acababa de descubrir hacía apenas dos tardes. Pero conforme más me adentraba en la espesura, más extraño me pareció el lugar. El ambiente cálido había desaparecido y lo había sustituido una sensación de tirantez y una atmósfera peligrosa. Los pinos comenzaron a verse de formas extrañas y desfiguradas, hasta que me percaté, en que lo que les pasaba era que habían sido arañados con algo afilado. Pasé la mano por las grandes hendiduras. Eran más anchas que mi palma entera y podían tener más de veinte centímetros de profundidad. Me aterró ver que en todos los árboles que había a mi alrededor, los decoraban las mismas marcas. Decidí volver por donde había venido, pero con horror, descubrí que había perdido de vista el camino. Entonces lo oí. Un sonoro aullido, y lo peor de todo, que pareció escucharse muy cerca de mi posición. ¿Un lobo?-pensé, escondiéndome tras el tronco de un pino. Con el corazón desbocado, me asomé y observé la espesura del bosque, atento a cualquier movimiento. Y en ese instante, fui testigo de la verdadera historia de Caperucita Roja. El secreto que nadie supo ver en realidad. Tras unos arbusto, apareció la imponente figura de un lobo de más de dos metros, que corría con la cabeza gacha, y los colmillos fuera, enfrente de mi. Abrí los ojos como platos y sentí cómo mis piernas flojeaban. No podía creer lo que veían mis ojos. Pero algo me llamó la atención y observé con detenimiento la carrera que efectuaba la bestia. Fruncí el ceño. Sus orejas se veían gachas y la cola se había escondido entre sus patas, a la vez que observaba con mucha frecuencia a su alrededor con una expresión de verdadero terror. Caí en la cuenta, de que no corría, sino que huía de algo.

Miré a mi alrededor, hasta que vi cómo el titánico lobo paraba en seco y retrocedía, gimiendo cual cachorro asustado. Se había quedado paralizado en medio de un claro y decidí acercarme, ocultándome de árbol en árbol. El lobo comenzó a gruñir hacia una sombra que se acercaba entre la espesura del bosque y se precipitaba hacia él con un paso lento, pero sin pausa. Me agaché tras un arbusto y contemplé atónito, que a lo que temía la enorme bestia, era a una pequeña niña con una capa roja encima. Parecía que silbaba y sonreía alegremente, mientras se acercaba cada vez más hacia el animal. Este, con el pelo erizado y con el cuerpo en tensión, enseñaba los dientes y ladraba hacia ella, pero la pequeña no parecía ni inmutarse. Un pensamiento veloz por salvar a la niña pasó por mi cabeza y, dispuesto a saltar fuera del arbusto y llevármela lejos de aquel monstruo, respiré hondo y esperé el momento propicio. Pero igual de rauda que llegó la idea, se difuminó, al observar cómo la niña alargaba su mano y sacaba de entre sus ropas una gran guadaña, de la cual el filo parecía gritar “¡Sangre!”. Era dos o tres veces más grande que ella y tenía pinta de ser realmente pesada. Con un pequeño movimiento de sus manitas, la niña hizo bailar la hoz con una facilidad magistral frente al lobo, que miraba el arma aterrado. 

-Ven aquí, perrito-dijo, con voz cantarina. 

Y con una velocidad vertiginosa, saltó por encima la cabeza del lobo y dirigió el filo directamente al cráneo, pero el animal fue lo suficientemente rápido cómo para esquivarlo. En ese momento caí en la cuenta, de que eran Caperucita Roja y el Lobo Feroz, sólo que muy distinto a los cuentos que me habían recitado de pequeño. El Lobo salió por patas y se adentró de nuevo en el bosque, pasando muy cerca de mi posición. Pero ella lo siguió de cerca, con una rapidez inhumana y menos para una niña de su edad. Su expresión se había vuelto desfigurada, deseosa de la sangre del Lobo. Con un movimiento en falso, el Lobo tropezó y rodó por el suelo y para cuando quiso levantarse para seguir huyendo, vio cómo el filo de la guadaña se precipitaba hacia él, con la pequeña Caperucita tras ella y con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Pero la hoz acabó impactando en el tronco de un árbol, al esquivar por los pelos el ataque. En ese momento entendí las marcas que había en todos los árboles. La niña gruñó y sacó con facilidad el filo encastado en el tronco y volvió a la caza, mientras el animal había aprovechado esos segundos para reponerse e intentar luchar por su vida. Los dos se miraron, exhaustos. 

-La próxima vez, te comerás tu cola antes que a mí-dijo e hizo girar la guadaña en torno a ella, mientras miraba con desprecio al Lobo-. Aunque no creo que haya una próxima vez.

En ese momento, comprendí lo que ocurría en aquel lugar. El depredador había pasado a ser la presa, y la presa, el cazador. El verdadero final de Caperucita, no era un “…Y vivieron felices y comieron perdices.”, en absoluto. Caperucita se había convertido en una fría asesina, buscando la venganza que tanto ansiaba, por haberla engullido viva. Una venganza que traía sangre con ella, aquella que tanto deseaba derramar. La roja sangre del Lobo, como el color selecto de la pequeña Caperucita Roja. 
El lobo enseñó las fauces y se abalanzó sobre ella, mientras esta alzaba su guadaña contra él y gritaba fieramente. No logré escuchar más que golpes y aullidos, ya que huí de allí cómo alma que se lleva el diablo. No quería ver aquello, quería volver a mis tardes de viernes tranquilas y monótonas, sin pensar en que una niña sedienta de sangre y venganza, se debatía con un animal tres veces más grande que ella en lo más profundo del bosque. Lo último que escuché antes de salir de aquel lugar y que me heló la sangre, fue la dulce voz de la pequeña Caperucita:

-Nuestro espectador se ha marchado sin decir adiós… ¿Nos despedimos de él?

4 comentarios:

  1. ¡Y el público enloquece!- ¡Bravo!- gritan.
    Felicidades, es una pasada. Me encanta, y me recuerda a Soul Eater... ¡Genial!

    ResponderEliminar
  2. Coincido totalmente con Elefun, bravísimo.
    Uno de los textos mas increibles que he leido, y como has logrado darle ese giro... Magistral.
    Un beso
    Lena

    ResponderEliminar
  3. Hola :)
    Sin suda un relato fantástico, esta genial. Espero leer más cosas tuyas.
    Aqui tienes una nueva seguidora :D
    Te comento que con motivo de estas fiestas hemos creado un concurso de relatos en nuestro blog, ¿te animarías a participar? Pásate ;): http://lasvigilantesdesuenos.blogspot.com.es/2014/12/sorpresa-navidena.html

    Besos

    ResponderEliminar