sábado, 19 de abril de 2014

Relato erótico: Caperucita (3ª parte)



Sus ojos brillaban ardientes y mi cuerpo reaccionaba ante aquella diminuta e imponente palabra. Me mordí el labio, esperando a su segundo movimiento. Estaba ansiosa, excitada, expuesta ante el enorme licántropo, a merced de nuestros deseos.

Me alzó la pierna, y comenzó a descender por ella, colmándola de pequeños besos y sutiles mordiscos. Me miraba fijamente, atento a todos mis movimientos. Y cuando llegó al final de mi muslo, casi rozando el núcleo de todo mi placer, pasó a otra pierna y volvió a hacer el mismo recorrido que con la primera. Yo gruñía y gemía, desesperada por un contacto más depravado e íntimo. El miedo comenzó a disiparse en mi mente, para dejar solo deseo y necesidad. Seguidamente comenzó a ascender por mi cuerpo, sin pasar por mi clítoris necesitado, llenándome de besos a cada lado de las caderas, por el vientre, las costillas… El vello de mi piel se erizaba, y pequeñas descargas sacudían mis partes íntimas a cada beso y mordisco que él me proporcionaba. Sus manos me acariciaron sutilmente los senos, sin prestar atención a mis gruesos y duros pezones, hinchados por el deseo. Me besó de nuevo, saboreando las paredes de mi boca con su lengua. Dios mío… vaya lengua. Lamió mis labios con delicadeza, mientras observaba cada uno de mis movimientos.

-Voy a saborearlos así…-me susurró mirando mis pezones. Seguidamente pasó su lengua por mi labio inferior y luego lo mordió.

Jadeé ante la visión de sentir eso en mis necesitados pechos. Deseaba que lo hiciera ya, no podía esperar más. Y como si hubiera escuchado mis pensamientos, su boca se abalanzó sobre uno de mis pezones. Lancé un grito y cerré los ojos, dejándome llevar por aquella maravillosa sensación. Era tan placentero… Mientras su boca hacia maravillas, alzó una mano y masajeó el pezón que tenia libre. Lo masajeó con fuerza, como si quisiera hacerlo suyo y lo pellizcaba de vez en cuando, mientras con su lengua daba atención al otro, lo lamía con brío, lo succionaba y le daba pequeños mordisquitos. Una gran explosión de sensaciones se adueñaba de mí, sin poder parar de gemir. Sentía cómo mi entrepierna ardía a cada mordisco y pellizco que me daba.


-Hmmm… Me encanta escucharte, preciosa. Grita más alto para mí-me rogó, mirándome con una sonrisa lasciva.

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