lunes, 5 de mayo de 2014

¡Día de la madre!

Ayer no pude colgar nada porque estuve muy ocupada y casi no toqué el ordenador, aí que lo que iba a colgar ayer, lo cuelgo hoy ;) Para el día de ayer, regalé a mi madre un pequeño relato agradeciendo todo lo que ha echo por mi hasta ahora, porque ha sido una de las personas más importantes de mi vida, y siempre lo será. El titulo era "El día de los ángeles", porque sinceramente, creo que cuando una mujer trae una vida al mundo, se convierte en su ángel guardián para el resto de sus días, iluminando el camino de su hija/o sin importar los problemas que sucedan. Y por ello, ¡siempre serán las mejores!



Aquí os dejo el relato:



Dos niñas recién nacidas miraban a su madre, que las abrazaba con todo el cariño del mundo y con lágrimas en los ojos, feliz por aquellos dos regalos que le había brindado la vida. La cansada mujer las acunaba en sus brazos, cuando las pequeñas se miraron y sus ojos refulgieron, mirando a la que en aquel entonces, supieron que sería su ángel. Aquella persona que sonreía sin parar, con el pelo pegado a la piel por el sudor y con una amplia sonrisa, que hacía iluminar la sala con tan solo su presencia.

-Hermanita- pensó una de ellas, mirando a la otra con sus pequeños ojitos-puedo verle las alas, de verdad es un ángel.

A lo que la otra contestó:

-Sí… Brilla como un ángel.

En esos momentos, cuando los hijos recién nacidos abren los ojitos y miran a sus madres, es cuando las mujeres se convierten en ángeles guardianes, cuidadoras las 24 horas del día durante todo el año, centinelas nocturnas, siempre pendientes de cada movimiento o si nos asustamos por un trueno y lloramos desconsoladamente…

Y hoy, el día de todos los ángeles, mostraré entre líneas la importancia que tiene el papel de todas estas mujeres aladas y sobretodo, la de mi preciosa ángel.

Desde el primer momento, nos enseñaron a enfrentarnos a todos los retos que se nos presentaron día a día: Nos alcanzaban un juguete cuando no llegábamos a cogerlo, nos besaban las heridas cuando nos hacíamos daño, nos enseñaban a caminar, a pisar fuerte y a mantenernos, a no ser malos, a respetar a los demás… Se convirtieron en profesoras particulares para enseñarnos el mundo que nos rodeaba, los nombres de cada objeto y ser vivo, incluido el nuestro y el suyo…

-Nuestro ángel se llama Mamá- pensó la más pequeña de las gemelas, viendo como su madre repetía sin parar esa palabra y se señalaba a si misma, con un aspecto realmente cómico.

La otra sonrió y se llevó el chupete a la boca. La había entendido perfectamente.

Con nuestra llegada a casa, desarrollaron la capacidad de no coger un sueño profundo, volviéndose “nocturnas”, por si necesitábamos atención a altas horas de la noche o pedíamos con grandes berrinches nuestro sustento diario. Y ellas, a pesar de fastidiarles la noche y regalarles unas preciosas ojeras para el día siguiente, nos acunaban o nos alimentaban con ternura y cariño, siempre pensando en nuestro bienestar. Y después de asegurarse que estábamos tranquilos y con la tripita llena, nos dejaban de nuevo en la cuna e intentaban conciliar de nuevo el sueño, con una oreja puesta en nosotros por si volvíamos a tener problemas nocturnos.
Algunas de ellas, volvían a repetir la preciosa experiencia de traer otro milagro a sus vidas, con la misma ilusión que la primera vez:

Las gemelas miraban al pequeño recién nacido en los brazos de su cansada madre. Tenía los ojos entreabiertos, claros como el cielo despejado, mirando la hermosa sonrisa de su ángel, que parecía la luz resplandeciente de una estrella.

-Hermanito-le susurró una de ellas al oído- ¿a que es un ángel hermoso?
El pequeño miró de nuevo a su madre, que le acariciaba la cabecita con ternura, y dio pequeños manotazos mientras sonreía, feliz.


Y cada una de ellas estuvo a nuestro lado, mientras las bambas comenzaban a quedársenos pequeñas y la ropa se volvía apretada y desgastada. Cuando empezamos a escoger a nuestros compañeros, las aficiones y hobbies, nuestro deporte favorito… Allí permanecieron, permanecen y permanecerán, siempre a nuestro lado, enseñándonos valores y lecciones para la vida.
Todas ellas, con sus sonrisas, sus lágrimas de preocupación, sus caricias, su templanza, dieron su tiempo, sus ilusiones y su vida por nosotros, para que caminásemos por el buen camino y luchásemos por nuestros sueños. Y con sus ánimos, sus charlas interminables, consiguieron lo que somos ahora, luchadores, buscadores de nuestra felicidad.
Y aún pasados tantos años, todavía no encuentro la forma de agradecer a mi ángel todo lo que ha hecho por mí y por los de mí alrededor.
Pero a pesar de todas las discusiones, enfados y rabietas continuas, jamás olvidaremos que nos habéis dado el mayor regalo que podíais dar a nadie: el poder de vivir, de aprender, de amar, de ser feliz…
Y por ello, siempre estaremos a vuestro lado, con los brazos abiertos para cuando necesitéis un abrazo o un beso, una palabra de ánimo para cuando os encontréis decaídas y un “Te quiero”, por nada en especial. Por que sí, porqué es así. Os queremos, y muchísimo. No os queremos como un simple amigo, ni un hermano, si no como ángeles y madres que sois. Con todos vuestros defectos y cualidades, tal y como os presentáis. Siempre os querremos y daremos nuestros esfuerzos por veros sonreír, porque os lo merecéis. 

¡GRACIAS A TODAS!





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