Agarré el móvil entre risas, mientras rodaba por la cama cual niña pequeña. Miré los mensajes despreocupadamente, hasta que llegué a uno que me desmoralizó. Me encogió el corazón, más rápidamente que el aleteo de un colibrí. Dejé de rodar y lo leí varias veces. Ahí estaba, no había ningún error.
-¿Qué ocurre?-me dijo él, incorporándose de la cama con semblante preocupado.
Sentía mi pecho arder de rabia, injusticia, pesar…Amordacé el dolor que me corroía por dentro y sonreí, intentando menguarlo.
-No pasa nada-respondí secamente.
Dejé el móvil a un lado y me levanté. Pero aquel suplicio seguía allí. ¿Por qué me afectaba tanto? No es tan importante, me decía a mí misma, aunque sabía que no era verdad. Deseaba llorar, gritar, esconderme entre las sabanas de aquella cama. Pero como siempre, decidí tapar los gritos de mi corazón con un pañuelo y seguir adelante, intentando recomponerme minuto a minuto.
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