Bien, se me ha colado un loco en casa. Lanzo un grito y le tiro el despertador a la cabeza. El hombre pega un salto, asustado y me mira justo cuando el despertador impacta sobre sus narices.
-¡¿Quién coño eres y que haces en mi casa?!-grito, señalándole con el dedo.
El intruso tarda en responder, aturdido por el golpe certero de mi “adorable” proyectil.
-¡Mira lo que has hecho! ¿Qué estás loca?-me responde, limpiándose la sangre que brota de su nariz en el lavamanos. Se la palpa con un dedo y una retahíla de quejidos sale de su boca.
-¡Voy a llamar a la policía!-le advierto, con los nervios en punta.
El hombre de la chistera sigue haciendo caso omiso a mis preguntas y advertencias y, haciendo una pequeña bola de papel de váter, se tapona el orificio sangrante con ella. Su aspecto es realmente cómico. Pero no me paro a observar sus pintas de payaso y corro escaleras abajo, agarrándome la manta al cuerpo para que no se caiga. ¿Quién es ese hombre? ¿Qué hace en mi casa? Bajando por las escaleras, un pequeño gato grisáceo aparece justo delante de mí, pero consigo esquivarlo a tiempo con una maniobra digna de un contorsionista profesional. Me paro al final de la escalera y lo observo, atónita. ¡¿Y ese gato?! ¿Qué viene en pack con el loco de la chistera? El felino maúlla sentadito en uno de los escalones, mirándome desde arriba con sus ojos amarillentos. Pero me doy la vuelta y sigo mi camino, hasta que llego a la cocina, donde se encuentra el teléfono general de la casa. No me puedo creer lo que veo. Grito de nuevo y me agarro al marco de la puerta, ya que siento cómo me flaquean las piernas. Toda mi cocina había cambiado de aspecto. Se había vuelto más grande y más amplia, toda repleta de setas de todos los colores y formas posibles. El mármol del suelo se había vuelto un prado de hierba recién segada. Y en el centro de ella, ya no estaba mi mesita redonda con un florero precioso de tulipanes, si no una mesa rectangular larguísima, llena de tacitas y cubiertos para el té, con varias teteras de gran tamaño presidiéndola. Me tapo la boca con una mano, para ahogar otro grito. No puede ser… ¿Qué esta pasando? El hombre del sombrero extraño, el gato, la cocina… Justo antes de que entrase en estado de histeria, noto un tirón en mi vestido-sábana. Volteo la cabeza y veo a un conejo más grande de lo normal, que camina sobre dos patas y sostiene unas telas en su mano. Tiembla y sus ojos se mueven con rapidez hacia todos lados, como un esquizofrénico.
El intruso tarda en responder, aturdido por el golpe certero de mi “adorable” proyectil.
-¡Mira lo que has hecho! ¿Qué estás loca?-me responde, limpiándose la sangre que brota de su nariz en el lavamanos. Se la palpa con un dedo y una retahíla de quejidos sale de su boca.
-¡Voy a llamar a la policía!-le advierto, con los nervios en punta.
El hombre de la chistera sigue haciendo caso omiso a mis preguntas y advertencias y, haciendo una pequeña bola de papel de váter, se tapona el orificio sangrante con ella. Su aspecto es realmente cómico. Pero no me paro a observar sus pintas de payaso y corro escaleras abajo, agarrándome la manta al cuerpo para que no se caiga. ¿Quién es ese hombre? ¿Qué hace en mi casa? Bajando por las escaleras, un pequeño gato grisáceo aparece justo delante de mí, pero consigo esquivarlo a tiempo con una maniobra digna de un contorsionista profesional. Me paro al final de la escalera y lo observo, atónita. ¡¿Y ese gato?! ¿Qué viene en pack con el loco de la chistera? El felino maúlla sentadito en uno de los escalones, mirándome desde arriba con sus ojos amarillentos. Pero me doy la vuelta y sigo mi camino, hasta que llego a la cocina, donde se encuentra el teléfono general de la casa. No me puedo creer lo que veo. Grito de nuevo y me agarro al marco de la puerta, ya que siento cómo me flaquean las piernas. Toda mi cocina había cambiado de aspecto. Se había vuelto más grande y más amplia, toda repleta de setas de todos los colores y formas posibles. El mármol del suelo se había vuelto un prado de hierba recién segada. Y en el centro de ella, ya no estaba mi mesita redonda con un florero precioso de tulipanes, si no una mesa rectangular larguísima, llena de tacitas y cubiertos para el té, con varias teteras de gran tamaño presidiéndola. Me tapo la boca con una mano, para ahogar otro grito. No puede ser… ¿Qué esta pasando? El hombre del sombrero extraño, el gato, la cocina… Justo antes de que entrase en estado de histeria, noto un tirón en mi vestido-sábana. Volteo la cabeza y veo a un conejo más grande de lo normal, que camina sobre dos patas y sostiene unas telas en su mano. Tiembla y sus ojos se mueven con rapidez hacia todos lados, como un esquizofrénico.
-Creo que esto es tuyo ¿no?-dice alzando las telas hacia mi, mirándome con una sonrisa lasciva.
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