domingo, 22 de junio de 2014

Amanecer entre Maravillas.4.



Respiro hondo y miro la puerta. Agarro mi pijama y la sabana con fuerza y con la otra mano libre quito el cerrojo y giro el pomo, para encontrarme de pleno con el altísimo hombre, que me mira con los brazos en jarras. No le dirijo la mirada, tan solo salgo de allí disparada hacia mi habitación. Vuelvo a recorrer las escaleras por las que antes había bajado como un kamikaze y me encierro en mi estancia. Tiro todas las prendas que llevo encima al suelo y busco lo qué ponerme. No me permito pensar en lo que se cuece en el piso de abajo, ni tan solo una vez. Dejo la mente en blanco y solo me concentro en hacer malabares para no caerme mientras me pongo los tejanos y en colocarme la primera blusa que encuentro, de color borgoña. Entro en el baño y me maquillo sutilmente. En el suelo, descansa la maquinilla de afeitar del hombre-chistera y no puedo evitar pensar de nuevo en él y en todo el caos que me persigue desde bien empezado el día. No empieces de nuevo, guapa. Mente en blanco, mente en blanco, mente en blanco… me digo, intentando disipar ese recuerdo que atormenta mi cabeza. Vas a salir de tu habitación y vas a actuar con naturalidad. Te tomarás tu café con rapidez, cogerás tu chaqueta y saldrás de casa. Cogerás el bus en la parada de la esquina y llegarás a la hora a tu trabajo. Te sentarás en tu mesa y seguirás con tu día a día rutinario, sin pensar en conejos con tics nerviosos ni sombrereros asalta-casas. Si, eso iba a hacer. Me aplico un poco de brillo de labios y salgo del baño. Me paro frente a la puerta de la habitación, como en el baño de abajo. La duda y el temor corren por mis venas como si fueran dos coches que corren en una carrera clandestina en las calles. Vuelvo a respirar hondo y recuerdo el plan que he trazado momentos antes, en mi cabeza.

-Tú puedes-me digo a mí misma, manteniendo la calma.

Entonces, abro la puerta y vuelvo a encontrarme con mi supuesto asesino de frente, mirándome contrariado y con los brazos en jarras, todavía con el trozo de papel taponándole la nariz. Su chistera morada tiene aspecto desdeñado y esta adornada con una cinta naranja que hace juego a la "perfección". Mi cabeza llega a la altura de su pecho desnudo, sin un solo matojo de vello enredado en él. Me percato en que lleva tatuado en la clavícula una inicial: A. No me había dado cuenta de ello hasta entonces. Que macarra, pienso intentando aguantarme una carcajada. Dirijo mi vista a sus pantalones, y me fijo en que lleva la bragueta abierta. Parpadeo y mi mente vuela sobre el recuerdo de la noche anterior, y si al final de la noche aquella bragueta se desabrochó delante de mi y con su propietario sujetando un preservativo o no.
Ese pensamiento me pone los pelos de punta.

-Ya era hora, princesita- me dice él, dándose la vuelta y bajando por las escaleras- el desayuno está listo.

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