sábado, 5 de julio de 2014

Amanecer entre Maravillas. 6



-¡Puto conejo!-grita el hombre, tapándose la nariz con ambas manos. De ellas brotaban hilillos de sangre que se escapan de entre sus dedos.

El animal trastornado, en vez de disculparse, se deshizo en carcajadas, dando golpes en la mesa y saltando en la silla.

Está como una cabra-pienso, mirándolo incrédula. Aunque… ¿Un conejo puede estar cómo una cabra?

Sin preguntarme siquiera, el sombrerero abre uno de los aparadores de la cocina y de él saca una gasa esterilizada. Agarra también una caja de tiritas y lo coloca todo encima de la mesa. Mira los dos objetos cómo si fueran desconocidos para él, y entonces abre el paquete de gasas. De él saca una de las telas y para mi desconcierto, se suena los mocos con ella y se limpia la sangre que todavía queda en su nariz. Pone las tiritas a un lado y abre el grifo de agua, para seguidamente meter la cara bajo el chorro. Arrugo el entrecejo. ¿Qué hace? Se limpia con el primer trapo que ve y después se coloca una tirita de los Looney Tunes en el puente de la nariz. Su aspecto es cada vez más gracioso: Un hombre sin camiseta, con una chistera enorme en la cabeza, con dos bolitas de papel mojadas en cada uno de los orificios nasales y una tirita de dibujitos en la nariz, que presenta un color rojizo oscuro cada vez más palpable.

-Que estilo-le digo, mientras me siento en la silla más cercana a la fuente de chocolate.
Los dos animales se ríen sin parar, uno dando golpes a la mesa y rompiendo tazas, y la ratoncita rebozándose entre el azúcar.

-Se dice que sus artes curativas son legendarias-se mofa, sin poder aguantarse las lagrimas de tanto reír.
-Ja, ja- responde el hombre, ofendido.

No puedo evitar sonreír ante la situación.

-Señores, un poco de calma sería de agradecer, que estamos en la mesa-dice entonces una aglomeración de humo grisáceo que ha aparecido en medio de la mesa. De ella tan solo se distinguen dos ojos felinos y una gran boca llena de finos dientecitos.

Grito como una loca y me levanto de golpe, separándome de la mesa y de mi amada fuente de chocolate. Todos ríen ante mi reacción y el conejo, de nuevo, me tira una de sus taza-proyectiles, pero consigo 
esquivarlo a tiempo. A ese animal le faltan todos los tornillos, pienso mientras observo sus tics varios y cómo sus ojos miraban cada uno a lados opuestos de la cocina.

-Siento haberte asustado-me dice la neblina grisácea, que en ese momento se convertía en un gato. El mismo gato que había visto en la escalera y en el pasillo, pero de mayor tamaño.

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