Microcuento
"Qué quieren que les diga. Ella fue lo mejor de mi juventud. Ahora, ambas se han ido."
Guillermo Alehandro
Relato
El anciano observaba desde la ventana de su habitación, cómo el aire les arrebataba las hojas a los árboles, dejándolos desnudos e indefensos ante la fría estación que llegaba poco a poco. Ya no había niños jugando en el parque, ni risueñas madres parloteando sobre sus quehaceres. Tan solo soledad y un ambiente gélido que se colaba hasta debajo de sus ropas.
-Señor Collins, ¿tiene frío?-preguntó James desde el marco de la puerta - Puedo encender la calefacción, si lo necesita.
Relato
El anciano observaba desde la ventana de su habitación, cómo el aire les arrebataba las hojas a los árboles, dejándolos desnudos e indefensos ante la fría estación que llegaba poco a poco. Ya no había niños jugando en el parque, ni risueñas madres parloteando sobre sus quehaceres. Tan solo soledad y un ambiente gélido que se colaba hasta debajo de sus ropas.
-Señor Collins, ¿tiene frío?-preguntó James desde el marco de la puerta - Puedo encender la calefacción, si lo necesita.
James era su asistente desde hacía tres años, pero aún así, todavía le seguía llamando de “usted”. Era un chico muy atractivo, alto, moreno y de ojos azules. Era conocido por su compromiso a la hora de trabajar, y por la eficacia con el que lo realizaba siempre. Un chico ejemplar, pero para su desconcierto, nunca había tenido una mujer con la que compartir su vida. Pero el anciano no quiso insistir sobre ello, dejando esa incógnita en lo más profundo de su mente.
-No hace falta, muchacho-respondió- Me gusta el frío.
No era cierto.
Odiaba el frío.
Pero a ella le encantaba.
Kate adoraba el frío.
Collins se sentó en el butacón que había frente a la ventana y se acomodó, tapándose con una suave manta que había sobre el respaldo. Y desde allí, siguió contemplando cómo el invierno se cernía sobre la ciudad. Aquella época era la más dura de todas, ya que todo le recordaba a su gran amor. Se imaginó a Kate, bailoteando entre las hojas caídas de la acera, seguida por él, que la observaba bailar sintiéndose el hombre más feliz del mundo. Recordó los bellos ojos grises de la muchacha, del mismo color que el cielo invernal; su salvaje cabellera azabache, su esbelto cuerpo de mujer, que fue cambiando con el tiempo, pero aún así él siempre lo vio como el cuerpo de una diosa. De la diosa del invierno. Pero como toda divinidad, tuvo que volver a los cielos de donde provenía. E igual que llegó al mundo un día de invierno, se fue de la misma
-No hace falta, muchacho-respondió- Me gusta el frío.
No era cierto.
Odiaba el frío.
Pero a ella le encantaba.
Kate adoraba el frío.
Collins se sentó en el butacón que había frente a la ventana y se acomodó, tapándose con una suave manta que había sobre el respaldo. Y desde allí, siguió contemplando cómo el invierno se cernía sobre la ciudad. Aquella época era la más dura de todas, ya que todo le recordaba a su gran amor. Se imaginó a Kate, bailoteando entre las hojas caídas de la acera, seguida por él, que la observaba bailar sintiéndose el hombre más feliz del mundo. Recordó los bellos ojos grises de la muchacha, del mismo color que el cielo invernal; su salvaje cabellera azabache, su esbelto cuerpo de mujer, que fue cambiando con el tiempo, pero aún así él siempre lo vio como el cuerpo de una diosa. De la diosa del invierno. Pero como toda divinidad, tuvo que volver a los cielos de donde provenía. E igual que llegó al mundo un día de invierno, se fue de la misma
manera. Desapareció de su vida, dejando un gran vacío en él. La mujer murió a los sesenta años, cuando su coche resbaló y cayó por un acantilado por culpa del hielo que se había formado en la carretera. Iba de camino a casa, junto a su marido, que la esperaba impaciente. Pero jamás llegó. El hombre apoyó una de sus arrugadas manos en el frío cristal de la ventana y dejó que el frío hiciera palpitar su piel, igual que cuando tocaba a Kate. Una lágrima descendió por su mejilla y se precipitó al vacío. Deseaba volver a aquellos tiempos. Al día en que se conocieron, cuando eran jóvenes y tenían un futuro brillante por delante. A una juventud deseable por todos… Pero se lo habían arrebatado todo. El invierno le había quitado todo lo que amaba. Pero aún así no podía odiarlo, ya que gracias a él, podía revivir todos aquellos recuerdos junto a Kate, que otras estaciones no lograban.
Collins se tapó con la manta hasta el cuello y se dispuso a dormir, sintiendo el frío de la estancia en su piel, deseando que aquello fuese una caricia de su Kate.
Collins se tapó con la manta hasta el cuello y se dispuso a dormir, sintiendo el frío de la estancia en su piel, deseando que aquello fuese una caricia de su Kate.
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