-Perdóneme Eric, es usted un mayordomo estupendo- le dije, aunque sabía que no podía escucharme.
Con sigilo, me adentré en los confines de aquella enorme casa. Una ola de rabia se adueñó de mí al recordar el cuerpo inerte de James en el suelo y al saber que su asesino estaba entre aquellas paredes. Deseaba encontrarlo y arrebatarle lo mismo que le arrebató a mi compañero…la única persona que había logrado entenderme. Con aquellos pensamientos en la cabeza, comencé mi búsqueda. Primero rastreé el piso de abajo, dejando varios mayordomos más indispuestos dentro de cualquier armario que veía. Al no encontrar nada, decidí subir al piso de arriba. De repente, un olor a café en el ambiente me sorprendió. ¿De donde venía? Olisqueé como un sabueso el aroma hasta llegar a una gran puerta cerrada. Estaba seguro de que era la habitación que tanto andaba buscando. Ahí estaba, a tan solo una puerta de distancia con el asesino de James. El corazón comenzó a latirme con fuerza, pero mantuve a compostura. Saqué otro pañuelo del bolsillo y me lo llevé a la boca para simular la voz de Eric. Al fin y al cabo, me iba a servir de ayuda.
Carraspeé un poco.
-¿Si?- preguntó una voz perceptiblemente anciana.
-Señor, le traigo unos dulces para acompañar el café- le dije. La simulación me había salido perfecta.
-Pasa Eric, pasa. La puerta está abierta- contestó.
Abrí las puertas de un golpe y entré con paso firme. Pero la persona que vi no fue la que esperé encontrarme.
-No armes tanto estrépito hombre- me dijo levantando las manos- ¡que me rompes la puerta!
No conseguí articular palabra alguna, y mi cuerpo no me respondía.
-No puede ser…- dije casi en un susurro.
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