Giró el rostro hacia la oscuridad del bosque y de ella surgió la imponente figura de Muerte, con su túnica negra cubriéndole el cuerpo. La miraba a distancia, sin acercarse, pero su mirada era suficiente para atraerla y aterrarla a la vez.
-Vida…-susurró.
Ella escuchó desde la lejanía la débil palabra que salió de su esquelética boca, impulsada por la sutil brisa nocturna. Sus entrañas se removieron y sin pensárselo dos veces, se sumergió por completo en el estanque. Allí gritó a pleno pulmón, sintiéndo cómo el agua se colaba dentro de su boca. Pero no le importó. Gritó por la insensatez que hizo, por lo que sintió sin poder remediarlo; gritó por el amor y el odio que sentía hacia Muerte, por la añoranza que sentía, por la necesidad de sentirlo cerca… Gritó hasta que se quedó sin aire para continuar. Acarició su vientre y salió propulsada hacia la superficie. Absorvió una gran bocanada de aire, para seguidamente dejarla escapar en cuanto vió el esquelético rostro de Muerte a escasos centímetros de ella, acuclillado en el borde del estanque. Los dos espacios cóncavos que tenia por ojos, se iluminaron con un deje rojizo, mientras la miraba de arriba abajo. A Vida no le hizo falta mirarse. Sabía que sus ropas se habían transparenteado a causa del agua, y Muerte la deseaba.
Y ella a él.
Pero ninguno se movió.
Hasta que Vida le dio la espalda. No quería que la mirase de esa manera.
En ese momento, los luceros escarlata que decoraban las cavidades oculares se tornaron de un azul zafiro que hipnotizaba, y a la vez templaba el alma. Muerte había captado el mensaje. Relajó los hombros y le tendió la mano. Vida la observó, toda repleta de níveos huesos. Recordó los tiempos en que habían sido músculo y piel, unas manos cálidas y reconfortantes.
>>Muerte se hizo pasar por un hombre de carne y hueso para enamorarla de las maneras que no conseguía con su verdadero aspecto. Recordó con amargura cada beso, cada abrazo regalado, cada caricia otorgada… La sedujo con un amor arrollador, impensable en un ser como aquel. Pero ahí estaba. Y aquello fue lo que la llevó a la perdición más dulce.
Ella escuchó desde la lejanía la débil palabra que salió de su esquelética boca, impulsada por la sutil brisa nocturna. Sus entrañas se removieron y sin pensárselo dos veces, se sumergió por completo en el estanque. Allí gritó a pleno pulmón, sintiéndo cómo el agua se colaba dentro de su boca. Pero no le importó. Gritó por la insensatez que hizo, por lo que sintió sin poder remediarlo; gritó por el amor y el odio que sentía hacia Muerte, por la añoranza que sentía, por la necesidad de sentirlo cerca… Gritó hasta que se quedó sin aire para continuar. Acarició su vientre y salió propulsada hacia la superficie. Absorvió una gran bocanada de aire, para seguidamente dejarla escapar en cuanto vió el esquelético rostro de Muerte a escasos centímetros de ella, acuclillado en el borde del estanque. Los dos espacios cóncavos que tenia por ojos, se iluminaron con un deje rojizo, mientras la miraba de arriba abajo. A Vida no le hizo falta mirarse. Sabía que sus ropas se habían transparenteado a causa del agua, y Muerte la deseaba.
Y ella a él.
Pero ninguno se movió.
Hasta que Vida le dio la espalda. No quería que la mirase de esa manera.
En ese momento, los luceros escarlata que decoraban las cavidades oculares se tornaron de un azul zafiro que hipnotizaba, y a la vez templaba el alma. Muerte había captado el mensaje. Relajó los hombros y le tendió la mano. Vida la observó, toda repleta de níveos huesos. Recordó los tiempos en que habían sido músculo y piel, unas manos cálidas y reconfortantes.
>>Muerte se hizo pasar por un hombre de carne y hueso para enamorarla de las maneras que no conseguía con su verdadero aspecto. Recordó con amargura cada beso, cada abrazo regalado, cada caricia otorgada… La sedujo con un amor arrollador, impensable en un ser como aquel. Pero ahí estaba. Y aquello fue lo que la llevó a la perdición más dulce.
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