-¿Un demonio?-¿para qué iban a llamarlo, si no?
-Ni lo menciones, muchacho-levantó una mano, en señal de advertencia- Pero no. No se trata de un demonio-me agarró por la sotana y me obligó a levantarme, saliendo casi en volandas de mi despacho- Acompañame.
No pregunté nada más. Podía sentir lo alterado que se encontraba el padre Miguel, y preferí no hacerlo enfurecer. Cuanto más nos acercábamos, con más claridad podía escuchar unos gritos desgarradores provinentes de la sala de la misa. Miré alarmado al padre Miguel y salí disparado a la carrera. Los berridos cada vez se hacían más intensos, incluso podía distinguir que eran de mujer. Recorrí el patio principal de los departamentos parroquiales y pasé por un escueto camino de olmos hasta llegar a la puerta trasera de la iglesia. Rugidos de dolor resonaban entre las paredes, y para cuando llegué a la nave central, tenía que ir con las manos pegadas a las orejas. Eran sollozos devastadores, y el eco de la gran nave no ayudaba a disiparlos, precisamente. En un sprint llegué hasta el cúmulo de monjas que rodeaban el altar sagrado, pero lo que vi encima de él me detuvo en seco. Una mujer sudorosa y con la cara empapada por las lágrimas, gritaba presa por el dolor que inflingía su hinchado vientre, a punto de dar a luz. Su alrededor se había teñido de fluidos y pestilente sangre, seguramente por una hemorragia interior. Era una imagen más que perturbadora.
-¡Padre Ismael!- gritó una de las monjas, Espe. Su rostro se había vuelto blanco cómo la nieve y unas profundas ojeras se vislumbraban bajo los ojos- Mis hermanas y yo nos despertamos a causa de unos alaridos, y al ir a ver, nos encontramos con esta mujer tirada en el suelo. Ya había roto aguas cuando la encontramos-informó.
-Se llama Claudia-prosiguió Lourdes, otra de las monjas. Ésta presentaba el cuerpo en tensión, asiendo a Claudia de los brazos-. Es una de las voluntarias del comedor, padre. Una mujer muy debota, por lo que me han contado.
Claudia se sacudió y tuvo otra contracción. Rugió de dolor y pataleó, sollozando como una cría. Todos enmudecimos.
-¡Sacádmela de una jodida vez!-exclamó con voz gutural.
-Tienen razón, muy debota-dije, intentando relajar el ambiente.
Las monjas me miraron y unas pusieron los ojos en blanco, mientras que otras simplemente bufaron. No había dado resultado. Nota mental: No bromear en un parto.
Espe se acercó a mí y me cogió de las manos.
-Tan sólo usted tiene experiencia cómo matrona, padre Ismael. Por eso le hemos llamado-explicó, mirándo a un lado de la sala.
Dirigí mi vista hacia dónde miraba la hermana y vi la figura del padre Miguel, que se acercaba con paso imponente.
-Sé que para ser muy joven, has adquirido mucha más experiencia que cualquiera de nosotros en ese campo-declaró el, avanzando hasta el altar. Le susurró algo a Claudia al oído y esta se relajó, le miró y asintió.
-Tan sólo he presenciado tres partos y en uno de ellos simplemente ayudé a tirar del niño-aclaré, entrando en pánico. Jamás había llevado un parto yo sólo.
Miguel me miró y posó una mano en mi hombro, dándome fuerzas.
-Pues ya sabes más que nosotros, muchacho-aclaró.
Lo miré atónito. El sacerdote más sabio de aquella parroquia, y jamás había participado a contribuir en el acto más importante del ser humano: el nacimiento.
Suspiré y me llevé las manos a la cabeza. Debía mantener la calma.
-Por favor, padre Ismael- gimoteó una vocecilla. Claudia me miraba, intentando controlar las contracciones- Por favor-suplicó, con las pocas fuerzas que le quedaban-, salve a mi pequeña.
Apreté la mandíbula. La mujer presentaba un aspecto demacrante, abatido. Su tez rosada se había vuelto blanquecina, apagada; su cabello castaño se le pegaba a la frente y caía pegado al cuello hasta los hombros. Su respiración era irregular y se sujetaba el vientre con fuerza, mientras sus piernas temblaban cómo castañuelas. Llevaba un vestido azul marino precioso, que se había echado a perder por culpa de la sangre. Pero por la determinación que se vislumbrava en el rostro de Claudia, eso no le importaba. Ni el dolor que sentía hasta las entrañas, cómo mil agujas clavándose en su piel. Sólo le importaba ver a su bebé en sus brazos, sollozando cómo lo había echo ella minutos antes, con el color rosado de la piel que la que ella carecía en esos momentos.
"No bromear en un parto."
ResponderEliminarPobre, el solo queria animar XD
Si estuviera en su situación, habria huido. La sangre no me asusta, pero el tener tal responsabilidad... No gracias.
La cosa de pone interesante, sigue, sigue ;D
Un beso
Lena
Muchas gracias por el comentario Lena! Siempre me encanta leerlos ^^ Si, pobrete, solo quiere relajar tensiones... Pero es que en esa situación, dificil jejeje Pues que sepas, que en una o dos entradas, vas a llevarte un sorpresón (más bien, creo que te dará pena, y después te asustará) ;)
EliminarUn abrazoooo!
Muy bueno.. estoy deseando leer el siguiente capítulo. Escribes muy bien.. besos¡¡ nos leemos¡¡¡
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario Francis! Espero poder impresionarte^^
EliminarUn abrazo!!
¿Y no habría sido mejor llevarla al hospital? Digo yo, vaya... porque una hemorragia interior en medio de un convento cutre no augura nada bueno.
ResponderEliminarLa niñita va dando problemas desde que nace, eh? :P
Un beso.