viernes, 10 de octubre de 2014

Emma.4



-Emma está saliendo de culo- informé sin ningún pudor.

La monja se llevó las manos a la boca y ahogó una exclamación, mirando los pequeños deditos de pies que sobresalían por la entrada de Clauda. 

-Padre Miguel, ¿Qué ha traido para morder?-giré la vista hacia él.
-No encontraba nada parecido a lo que me pediste, así que cogí una de las toallas pequeñas del baño-me tendió un pequeño trozo de tela de color rosado. 
-Es perfecto-dije, enrollándolo hasta que adquirió una forma cilíndrica. 

Me dirigí hasta Claudia y le enseñé el trapo. La mujer respiraba con dificultad y tragaba saliva con mucha frecuencia. Estaba deshidratándose. 

-¿Cómo está mi pequeña?-preguntó casi cómo una súplica.
-Vas muy bien Claudia. Quiero que muerdas este trapo, así no forzarás tanto la mandíbula-le expliqué- y así habrá menor riesgo de que te muerdas la lengua con las contracciones. Las tienes muy fuertes. 

La mujer asintió y le coloqué con cuidado el trapo en la boca. Seguidamente, volví con Espe y Lourdes, que sujetaban las piernas de Claudia, mientras que el padre Miguel rezaba cerca del altar. 

-¡Queda poco tiempo, padre!-me advirtió Lourdes, con los ojos como platos al ver las piernecitas de Emma saliendo por la matriz. Se veían de un color rosado oscuro, envueltas en finos chorretones de sangre. 

-Espe, por favor, acercame el barreño de agua que ha traído la hermana.

Tomé aire y exhalé con lentitud, mientras agarraba con cuidado las débiles extremidades de Emma. Pero al momeno las aparté. Se sentían frías y flácidas.

-Mierda…-susurré, pero las monjas más cercanas me escucharon y fruncieron el ceño- ¡Claudia!- grité, asomándome por la tela del vestido-¡Aprieta! ¡Rápido!-le urgí. Había que sacar a la pequeña de inmediato. 

Claudia rugió y tensó todo su cuerpo. Sostuve las piernecitas de Emma y tiré en cuanto las paredes de la matriz se abrieron paulatinamente. La sangre comenzó a brotar con más intensidad, llenando el dobladillo de mis pantalones y mis zapatos nuevos. Maldije por ello, pero me obligué a centrarme. 

-Lourdes, traeme las toallas.

La hermana asintió y desapareció de mi visión. Otro grito de Claudia me hizo estremecer. 

-¡Vamos Claudia! ¡Tú puedes!-giré la vista al padre Miguel, que miraba la escena con el rostro pálido- ¿¡Dónde está Ana con la ambuláncia!?-le grité.
-La hermana Ana ha tenido que excusarse, és hemofóbica, y con ver lo que se estaba formando en el altar… Se ha mareado. Pero me ha dicho que la ambuláncia tardará unos diez minutos-alegó Lourdes, con las toallas en la mano.
-De acuerdo. Lourdes, escúchame: abre una de las toallas y quedate a mi lado. En cuanto saque a Emma, la meteremos en el barreño para lavarla y seguidamente la abrigaremos con las toallas. 

La monja asintió.

-¿Y qué hacemos con el cordón umbilical?-preguntó la hermana más cercana a nosotros, que sujetaba uno de los muslos de Claudia.

Lourdes y yo nos miramos, con los ojos como platos. No habíamos caído en ello. 

-¡Demonios!-exclamé, frustrado. Debía pensar con rapidez. 
-Padre, yo sé cómo extraer el cordón umbilical-informó una de las monjas. Asía la mano de Claudia con fuerza, dándole todo el apoyo que podía. 
-¿De verdad?-la luz de la esperanza iluminó mi rostro-¡Acércate!¡Aprisa! Lourdes, substituyela.

Las hermanas cambiaron los puestos, y la novicia se colocó a mi lado, con las toallas que le había dado Lourdes.

-¿Cómo te llamas?-le pregunté.
-Helena, padre-respondió con un hilillo de voz, al ver la sangre que manaba de la matriz, y las lánguidas piernas rojizas de Emma.
-Esta bien, Helena. Explícame cómo se corta… “eso”-le dije con urgencia, pues el cuerpo de la pequeña ya había salido hasta el ombligo. 
-Necesito dos pinzas, padre Ismael, y unas tijeras pequeñas para cortarlo. Pero las pinzas han de ser las adecuadas para esto-me aclaró-. Sé donde se guardan, puedo ir a buscarlas.

Asentí con rapidez, mientras veía a la hermana dejar las toallas en el suelo.

-Vuelve pronto, Helena. No queda mucho tiempo- la miré con súplica, sabiendo que tal vez, cuando lograra sacar a la pequeña Emma, ya tan siquiera haría falta cortarselo. 

Helena salió corriendo hacia la puerta por donde había entrado yo, y desapareció de allí.

-¡Duele mucho, padre!-exclamó Claudia, con grandes gotas de sudor corriéndole por el rostro. 
-¡No dejes de empujar Claudia! Ya casi no queda nada-la animé.

El cuerpo de la pequeña no se movía, y la imagen del cuerpo ensangrentado e inerte del bebé con la cabeza aún sumergida dentro de su madre, me acompañaría el resto de mis días. Y el de mis pesadillas.


  

4 comentarios:

  1. No te negaré que la escena final ami también me provocaría pesadillas...
    Al probre hombre le está costando un montón conseguir sacar a Emma, no me dejes en ascuaaaaas :O
    Un besoteee
    Lena

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    1. Jajajaja es que he intentado basarme en un parto de verdad, y duran bastante. Pero tranquila, que en la proxima entrada ya consigue sacarla ;) Gracias por el coment preciosaa! Un beso!

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  2. La verdad es un martirio parir xD Pues la hsitoria en sí es genial y trágica. me gustó. Pero el final es impresionante...

    Un beso!

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  3. Jo, yo he visto vídeos de partos y lo que es sacar al bebé en ningún momento se me hizo tan largo... xD En realidad lo eterno es la dilatación.
    Está genial el capítulo, muy interesante :D
    Un beso.

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