miércoles, 21 de mayo de 2014

Locos y borrachos sedientos de amor

-Bésame-le pedí, con los ojos empañados de lágrimas a punto de desbordarse.
Él se acercó con lentitud, examinando mi rostro ruborizado. Levantó una mano y me acarició la mejilla con suavidad, como quien toca una frágil muñeca de porcelana. Tragó saliva y con lentitud, acercó sus labios a los míos, que temblaban de necesidad. Necesidad por sentir su calor, por sentir la electricidad que recorría mi cuerpo en esos momentos, notar la adrenalina creciente que explotaba en mi pecho... El primer beso fue efímero, casi inexistente. No duró más de dos segundos. Pero aún así el calor comenzó a invadir mi cuerpo. Se mordió el labio y volvió a besarme, sujetándome por la nuca. Fue un beso hambriento, lleno de necesidad mutua. Lamió mi labio inferior, saboreándolo con delicadeza mientras yo luchaba por mantenerme en pie.
-No llores más, mi pequeña-me suplicó, juntando su frente con la mía.

Y seguidamente, volvió a inundar mi boca con la suya. Nuestras lenguas danzaron entre ellas, felices por reencontrarse. Fue un beso que no todos conseguían, donde el mundo desaparecía y solo quedábamos nosotros a merced de los sentimientos, un lugar íntimo y único, donde nuestros corazones pedían más y más, hasta que llegaban al clímax y finalmente se dejaban ir, demostrando el amor más sincero que podíamos sentir. Así fue aquel beso. Me abrazó con fuerza y me besó la mejilla incontables veces, mimando mi piel hinchada por el llanto. Nuestras miradas hablaron por sí solas y nuestros los labios gritaron al mundo cuanto se apreciaban. Locos por su contacto mutuo, borrachos sedientos de amor.

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