domingo, 13 de julio de 2014

Amanecer entre Maravillas.7



-Siento haberte asustado-me dice la neblina grisácea, que en ese momento se
convertía en un gato. El mismo gato que había visto en la escalera y en el
pasillo, pero de mayor tamaño.
-¡Tu!-lo señalo con el dedo-¡Por tu culpa casi me desnuco por la escalera!-le
grito, incriminándolo.
-Siento que hayas tenido una mañana…-mira a todos los componentes de la
mesa de refilón y pone los ojos en blanco- tan complicada.
-Vaya, por fin alguien cuerdo-digo, agradecida de ver algo de serenidad entre
tanta locura.

Lástima que venga de un gato flotante, pienso sarcástica.
-Te agradezco el cumplido- declara, sentándose en una de las sillas que hay
alrededor de la mesa.

Sonrío y me siento de nuevo en mi sitio. Parece el más inofensivo de todos, y
eso me relaja. Dispuesta a rellenar mi estómago vacío, me encaro hacia un
trozo de pastel de chocolate, cuando el sombrerero vuelve a lanzar otro grito
alarmante. El cubierto se me cae de las manos por el susto y giro la vista hacia
él. El hombre miraba alarmado un reloj de bolsillo, echándose una mano a la 
cabeza.

-¡Que tarde!- exclama, agarrándome de la muñeca y tirando de mí hasta
separarme de la mesa- ¡Vas a perder el autobús!
-Pero… pero…-balbuceo, mirando con pena a la fuente de chocolate y al trozo
de pastel que no iba a poder comerme. 

El sombrerero me traslada por toda la cocina, gritando como un loco y mirando
el reloj. Coge una magdalena y me la mete en la boca.

-¡Mastica rápido!- me dice, mientras toma entre sus manos una taza de café
con leche.

No, no, no, pienso, recordando a la ratoncita y los azucarillos, mientras lucho
por masticar con rapidez y tragarme la esponjosa magdalena. Cuando consigo
engullirla, el hombre vierte sobre mi boca la taza de café, derramándola por los
costados de mi cara. Grito y me separo de él.
-¡Joder! ¡Quema! ¡Quema!-exclamo, abanicándome con las manos y saltando
como el conejo esquizofrénico.
-¡No hay tiempo de mariconadas, preciosa!- me dice, agarrándome de nuevo
por la muñeca. Tirando de mí, me conduce con rapidez hasta la puerta de
salida.
-¡Adiós, bonita!- se despide la ratoncita, todavía dentro del cuenco de
azucarillos.
-¡No te vayas sin un…-el conejo vuelve a lanzarnos uno de sus proyectiles, que
esta vez impacta en una de las paredes de la cocina- recuerdo!

El animal vuelve a reírse y a saltar por la mesa, mientras canta una cancioncilla
sin sentido.

-Que tengas buena suerte- dice a lo lejos el gato flotante, mientras observa
divertido el bailoteo del animal con problemas mentales.

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