viernes, 26 de septiembre de 2014

Emma. 1

¡Hoy os traigo la primera entrada de nuestra pequeña prota Emma! Pero claro, por circumstancias que todavía no conocéis, nuestra pequeña todavía no saldrá en la historia. En lugar de ella, estará mi segundo prota de esta historia (Lena! Un hombre! jejejeje ;), que desde su punto de vista, vislumbrará la vida de Emma. Disfrutad, y leer!

El despacho se había sumido en un catártico silencio, liberando de aquel estado incómodo tan solo al susurro de la lluvia que repiqueteaba en la ventana. Lo único que iluminaba la estancia era mi candelabro repleto de velas y un farolillo de mesa. Era de gustos antiguos, lo admito. Sentado frente al escritorio, buceaba entre mis pensamientos, buscando las palabras adecuadas para plasmarlas en el papel blanco que tenía al frente, pero parecía que hoy ni siquiera había recibido la gracia del Señor. Me pasé las manos por la cabeza, exhausto, y decidí levantarme y darme un descanso. Me acerqué a la gran librería que se erigía a un lado de mi humilde despacho y me paré a contemplar todos y cada uno de los volúmenes. Pasé la mano por los lomos, y de cada libro venían a mi mente imágenes precisas de sus lecciones sobre demonología. Los había leído todos. Seguidamente, me acerqué a una mesilla en la que descansaba un pequeño jarrón repleto de humeante café, y vertí un poco sobre una taza. Me la llevé a los labios y sentí el chispazo de la cafeína recorriendo mi boca, el calor del líquido descendiendo por mi garganta y cómo mis sentidos se agudizaban. Suspiré de júbilo. Aquel brebaje me devolvía la cordura y parte de él me hacía sentir el cuerpo en plena eufória, cómo cuando practicaba exorcismos. Des de pequeño, supe que había nacido para ellos.
>>Había nacido en una familia católica, de una religiosidad inquebrantable. Mis padres eran el modelo perfecto de pareja cristiana, debotos y fieles a sus creencias, hasta rozaban la obsesión. Mi madre, María López, era una mujer recta y pulcra, siempre ciudándose sus modales y su forma de vestir, cuanto más casta, mejor. Amaba a mi padre con cariño y devoción, y era la “mujer de casa” perfecta.
Mi padre, Guillermo Rodríguez, era todo un cabeza de familia. Estricto e imponente, siempre dispuesto a llevarme por el camino del señor a base de bofetadas.
Recordaba como si fuera ayer, todas las noches que pasaba en vela rezando a nuestro Señor, cuando mi mente de pequeño explorador deseaba desobedecer las estrictas leyes que imponían mi padres. Y por la mañana, aparecía con moratones en las rodillas y apenas podía caminar.
>>Y fue entonces cuando descubrí la demonología. Jamás pedí perdón a mi padre por haber tirado la pila de libros que descansaban sobre su cama, al intentar coger el libro de demonología de entre ellos. Gracias a mi curiosidad, encontré mi vocacion. Nunca volví a pedir perdón por ello. Fue entonces, cuando mi madre comenzó a enloquecer. Fue entonces, cuando todo se volvió distinto.
Me bebí de un sorbo el café restante. Aquellos recuerdos se habían vuelto igual de amargos como el líquido que descendía por mi tráquea. El rostro de mi madre enfurecida, día si y día también; el desprecio de mi padre, la repulsión que sentía mi madre hacia mí, todas las veces que me habían llamado “demonio” o “bastardo del mal”… Mi mano comenzó a temblar. Respiré hondo. No debía remover más el pasado, o acabaría por devorar mis entrañas.

Dejé el café a un lado y volví a sentarme en el escritorio. La página continuaba en blanco y me desanimé por ello. ¿Qué esperaba? ¿Que viniera un arcángel e hiciera el trabajo por mí? Tomé la pluma y la mojé en el recipiente de la tinta –si, en pleno siglo veintiuno y seguía escribiendo con pluma y tinta- para seguidamente escribir cómo cabecera: Tesis sobre la demonología, por Ismael Rodríguez. Sonreí. Ya había avanzado algo. Dispuesto a batallarme con aquel trozo de papel, comencé a escribir, cuando varios golpes en la puerta hicieron desaparecer mi adquirida inspiración. Bufé y golpeé la mesa.

-¡¿Quién diablos es?!-grité, sin levantarme.

El principio de calvicie del padre Miguel apareció tras ella. Llevaba las gafas algo torcidas y sus manos huesudas temblaban mínimamente.

-¡No blasfemes de esa manera, muchacho!-dijo, intentando alzar la voz- Esta es la casa del Señor.
-Mira por donde, no me había dado cuenta- respondí, cruzándome de brazos y esbozando una sonrisa. Me había quitado la tan preciada inspiración que necesitaba. No sería amable- Y hablo cómo me da la gana, padre, por algo soy demonólogo. Y puedo blasfemar sobre diablos y demonios todo lo que quiera.

El hombre bufó. Me conocía bien y sabía que yo no daría mi brazo a torcer.

-Como quieras, pero has de venir conmigo. Ha surgido un problema en la sala principal de la iglesia-informó.
-¿Un demonio?-¿para qué iban a llamarlo, si no?
-Ni lo menciones, muchacho-levantó una mano, en señal de advertencia- Pero no. No se trata de un demonio-me agarró por la sotana y me obligó a levantarme, saliendo casi en volandas de mi despacho- Acompañame.

 Emma.2

3 comentarios:

  1. Yupiii, sabia que lo harias de maravilla ;D
    Te has acordado, eres un cielo.
    Desde luego has conseguido toda mi atención, nuestro protagonista tiene una historia completa y muy bien llevada y lo del tema de los exorcismos le da un toque original.
    Estoy deseando seguir leyendoooo
    Un besazo
    Lena

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    1. Muchisimas gracias Lena!! Estaba nerviosa por saber que te parecería ^^ Espero conseguir tenerte enganchada ;) Grasias por el comentario!!
      Un besazooo!! (Y si, me he acordado de lo del hombre jejeje)

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  2. No tiene la actitud de un cura, precisamente... jaja. Tiene muy buena pinta :D, seguiré leyendo.
    Un fuerte abrazo.

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